Jot Down ya no es lo que era. Y está bien, no hay drama, no pasa nada: a nadie, salvo al emperador, le gustan los imperios. ¿Alguien se acuerda de aquellas sábanas de Enric González que rulaban de muro en muro, de fav en fav, durante días? ¿Qué fue de entrevistas como aquella tan buena a Quim Monzó o David Remnick? ¿Qué fue de Jot Down y la viralidad? Por mucho que haya parido un huevo mensual en forma de suplemento junto a El País, y por mucho que se afanen en incorporar más birrias inútiles a precios irrisorios en la tienda de la web, a Jot Down el tiempo se le ha empezado a acabar. Detrás queda el mérito, la gesta, de haber nacionalizado un formato: ahora todos somos slow, todos somos de Godard, Allen y, en definitiva, de la escuela de la ironía fina. Lástima que nadie les avisase: con el tiempo, hasta el gesto irónico se vuelve rancio y marchito. Llega un momento en el que tanta cultura pop, además de antigua, además de vieja, se vuelve cansina. Y quizás por eso, porque ahora ya todos somos tan listos, en Jot Down parecen haberse propuesto ejecutar una alegoría revival de la gilipollez.
Basta con pasearse en cualquier momento del día por el Twitter de Jot Down y comprobar el nivel.
Ayer por la tarde, pocos minutos después de que un desequilibrado matase a tiros al embajador ruso en Turquía, la siempre llamativa cuenta de Twitter de Jot Down publicó un tuit con la fotografía del terrorista, tomada instantes después de haber cometido el asesinato, junto a las palabras Reservoir Dogs (en alusión al parecido del vestuario del yihadista con el de los ladrones de la película de Quentin Tarantino). No sabemos si se trataba del mismo community manager que, un mes antes, mantuvo una breve disputa con el diputado Alberto Garzón a cuenta del minuto de silencio a la senadora Rita Barberá del que se había ausentado él y toda la bancada podemita en el Congreso, pero sí sabemos que, minutos después de la instantánea tromba de reacciones tras la bromita tarantiniana, el community manager borró tan desafortunada gracieta. No contento con ello, y cual machirulo peleón herido en el orgullo, Jot Down mantuvo una actitud desafiante el resto del lunes, llegando a justificarse acerca de la eliminación del tuit con no sé qué historia de un pantallazo y con comentarios tan jocosos como que “Ariel es el nombre de un detergente”.
Que la cuenta de Twitter de Jot Down es un coñazo no es algo nuevo. Aquellos que apreciábamos la revista, pero no esa incesante ristra de monosílabos cargados de información implícita aludiendo a algún partido de fútbol o rueda de prensa, hace años que apretamos gustosos el Unfollow. Y a otra cosa. Lo triste es que te sigan llegando noticias de los despropósitos tuiteros de Jot Down por cauces alternativos. Lo triste es ser testigo del lento, pero firme, proceso de putrefacción de una revista que se ha sumido en la más plena irrelevancia, y que parece dispuesta a cualquier cosa con tal de mantener viva la pelotera de retuits y favs, aunque eso incluya ponerse un disfraz de Mongolia lowcost. Y ni eso, porque el humor de Mongolia está justificado, va dirigido a grandísimos hijos de puta que, en cierto sentido, hasta pueden permitirse semejantes chanzas. Pero este embajador… ¿alguien le conocía? Abochorna un poco tener que explicar esto, Jot Down, pero no todo vale: el choque de civilizaciones, el yihadismo y las tensiones entre Rusia, Occidente y Oriente Medio pueden pareceros graciosas pero, por favor, la próxima vez guardaros la gilipollez.
Ellos, que aspiraban a ser el New Yorker español, en vez de publicar reportajes de calidad han acabado por dedicarse a las entrevistas pelotas y a los tuits gilipollas. Quizás por eso Cebrián los llama «suplemento».